El verdadero I+D+i es una actitud.
Y es una actitud totalmente contrapuesta al «no puede hacerse», al «ya está todo inventado» y al «si las cosas van bien, para qué tocarlas».
Se opone radicalmente al «qué me vas a contar, yo que llevo toda la vida en esto»; es la antípoda del «no te pago por
pensar».
El I+D+i no está reñido con la experiencia, porque se nutre de ella, pero sí es enemigo de la comodidad y el miedo a probar.
Las personas innovadoras lo son todo el día: desde que toman el primer café hasta que se acuestan; conozco a unas cuantas.
Piensan en las maneras de hacer distinto y mejor lo de cada día, rompiéndose un poco la cabeza. Y eso, ya lo he dicho, es una actitud. Es esa cultura la que determina el éxito o no de un territorio y de sus gentes. Y no se consigue por decreto, sino que se aprende y transmite. Vayamos a ello.
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